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miércoles, 14 de abril de 2010

aterrizaje


en la parte baja de una montaña, donde los conejos se persiguen, aterrizó una vez la nave cibernética, con su único tripulante el poeta del espacio... aburrido, cansado de nada, un poco triste... había llegado ahí porque no tenía donde llegar, porque no tenía a donde ir ni a donde regresar, mas bien, aterrizó ahí y ya,,, hasta ahí llegó... desabrochó el cinturón que lo aseguraba de las velocidades supersentimentales del espacio emocional y se dispuso a echar un paseo,,, sin nada que buscar,,, sin nada que encontrar...

domingo, 11 de abril de 2010

La casa metamórfica


Hoy presentamos:
La casa cambiante
Protagonizada por el poeta del espacio.
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A la fiesta el poeta del espacio acudió con su prenda amada. Cruzo la puerta y ahí se perdió. A ella pocas veces la volvió a ver, pero supo que lo pasó bien.

El lugar era una casa que se metamorfoseaba a cada distracción, nunca era la misma, con rincones agradables y otros peligrosos, detalles laberinticos, múltiples niveles que no tenían sentido, un espacio rojizo con murales que se despintaban para encontrar otros debajo, más antiguos.

Los que ahí estaban, creaturas alegres convivían entre sustancias y charlas, entre comida y placeres, eran fantasmas y vivos, amigos y extraños que simpatizaban a la menor provocación. Convidaban lo que tenían y se juntaban y ahí mismo existían, dormían, iban de viaje y regresaban, sin salir de la casa cambiante.

En aquel espacio, el poeta tuvo diferentes aventuras, que terminaban ahí mismo. Sueños que vivía y al despertar estaba en otro sitio que no conocía de la misma casa. Un amigo herido que jamás logro llevar a un lugar para sanar. Risas que empezaban y que le impedían ayudar. Una cabeza de cerdo en una cubeta de bebida de los dioses, una cabeza de cerdo sonriente que se hizo humana en sus manos, la misma cabeza que le dijo que era de un hombre grande, y que lo hizo recitar: ¿ser o no ser? Esa es la cuestión.

El poeta del espacio descubrió que el único modo de salir de ahí realmente era despertar, pero no pudo.
Al final, fue a la parte más baja de la casa metamórfica, y encontró en su base canales de agua laberinticos y un cielo inmenso y gris, del agua brotaban niños que bajo el agua estaban y reían, pálidos y como muertos. Los niños querían hacerlo caer al agua, pero el poeta se resistía, al final del camino el poeta encontró el comienzo de un lago. Un niño se le prendió del cuello, al quitárselo vio dentro del agua que una señora lo intentaba hacer caer. En ese momento al fin logro soñar en aquello que llaman realidad. Y entonces ahí sí tuvo un poco de miedo.

Conejo azul

Enamorado y embriagado por besos, canciones de amor y alguno que otro enervante me reporté: …He alunizado, y me encuentro con un conejo azul al que no he parado de hablarle de ti…
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Cierto día el poeta del espacio estaba en sus ensoñaciones acostumbradas, viviendo momentáneamente fantasías que se evaporaban tan pronto las imaginaba para estar en otra y otra y otra más, cuando de repente se descubrió en un paisaje inhóspito, en un atardecer que aceleraba el frio que se sentía intensamente, con cráteres y montañas al fondo, piedras y polvo bajo sus pies, con una claridad en los pocos colores que se alcanzaban a percibir además de los tonos grises del ambiente que le rodeaba.

Fue entonces que se dio cuenta que estaba en la luna, así es, literalmente en la luna. Se rascó la cabeza y comenzó a dar un paseo viendo la manera de volver a alguna ensoñación anterior rodeado de flores o viviendo de una fortuna millonaria. Pero no, seguía en la luna y con un pensamiento constate sobre amores medianamente realizables, a veces felices pero breves. –Oh! Amada enemiga mía- repitió unas 33.33333 veces para sí mismo, cuando de por ahí y generado por vago recuerdo de una canción y/ó cuento se dio cuenta que estaba siendo observado por un conejo azul.

-¿Qué tal señor conejo?- dijo el del espacio al azul, el cual, después de una referencia que solo fue existente en la imaginación poética, comenzó a dar de brincos por el espacio, físico y metafísico, tantas que a veces era imposible poner atención a uno y otro movimiento (que a veces superaba la frontera del sujeto humano) que hacia incomprensible al poeta entender que carajos pasaba, pasando este del llanto, a la risa, a la nausea y a cualquier otra respuesta de su organismo al desconcierto que el conejo revoloteando le provocaba.

Tras todo esto y fatigados tanto el conejo como el poeta se despidieron, para así, cada uno continuar su viaje.